25 de Noviembre de 2022

Un producto orgánico que prolonga la vida útil de las frutas

Miguel Malnati ha luchado bastante para desarrollar y comercializar Life Cover, un producto orgánico que prolonga la vida útil de las frutas. Este se vende dentro y fuera del país, y le ha permitido ganar concursos como Primer Paso, del Centro de Emprendimiento Ulima, y Startup Perú. Además, ha sido reconocido entre los 35 jóvenes más innovadores de América Latina por el MIT Technology Review. Miguel es ingeniero industrial por la Universidad de Lima y quiere que su invento tenga un impacto positivo en todo el mundo.

¿Qué es lo innovador de Life Cover?
Es un producto que está elaborado con base en el aprovechamiento de residuos. Nosotros acopiamos, por ejemplo, cáscara de mandarina, de mango o de palta y, a partir de un proceso que llevamos a cabo y que está patentado, extraemos los compuestos, cuyo efecto es mejorar la conservación de la fruta. Es un tema de biotecnología enfocado en la agroindustria. Lo que hacemos principalmente es reemplazar las ceras por fungicidas. Las frutas de exportación –como las mandarinas, los limones y las manzanas– llevan ceras con agroquímicos diseñadas para que el producto dure mucho tiempo, pero uno termina comiendo muchos químicos. Nuestro producto, en cambio, es orgánico, natural, biotecnológico. Se reemplaza la cera con fungicida y, por tanto, el exportador puede ofrecer frutas de mejor calidad, capaces de ingresar a mercados muy complicados, como Japón y Corea, que quieren frutos sin químicos.

¿En qué porcentaje se prolonga la vida útil de las frutas con este producto?
Por ejemplo, si un limón te dura 28 días, con nuestro producto te durará 42 días.

¿Por qué?
El producto crea una barrera que reduce el estrés poscosecha. Es como las personas, que al reducir el estrés se enferman menos. La fruta también se enferma; con hongos, por ejemplo. Nuestro producto reduce el estrés básicamente por los compuestos que extraemos de las cáscaras. Esto hace que la fruta mejore sus defensas naturalmente y dure más.

¿También alarga la vida útil de las verduras o solo lo han probado con frutas?
En este momento estamos enfocados en las frutas, porque el nicho es muy grande y hay mucho espacio por atender. 

¿Por qué resulta beneficioso?
Este producto se aplica de manera eficiente en las mismas máquinas que se usan para las ceras con fungicidas convencionales. Eso hace que no se requiera una inversión adicional para aplicarlo, lo cual la convierte en una alternativa bastante viable para la agroindustria. Lo más importante es que, como tiene certificados orgánicos para todo el mundo, hace que se pueda utilizar tanto en agricultura convencional como orgánica, que es un nicho pequeño, pero importante.

¿Cómo has desarrollado este producto?
Nosotros empezamos el proyecto en el 2016, con un prototipo que desarrollamos en sinergia con la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Yo fui el investigador principal, desarrollé esta tecnología de conservación con base en el aprovechamiento de residuos y, poco a poco, el resultado se convirtió en un producto comercialmente viable. Entonces se hicieron las mejoras del caso, se obtuvieron las certificaciones, permisos y todo lo necesario para ingresar al mercado, hasta que finalmente se lanzó en el 2019.

¿Quiénes te acompañan en esta aventura?
Somos tres socios fundadores. Yo soy el que ve la parte de investigación, desarrollo y operaciones. Ximena Adriazola, quien también es de Ingeniería Industrial de la Universidad de Lima, pero una promoción menor que yo, está enfocada en la parte financiera. Y Daniel Oviedo, que es de otra universidad, ve la parte comercial.

¿Qué meta te has trazado?
El mayor sueño que me propuse realizar fue una startup que tuviera repercusión en todo el mundo. Me gustaría trabajar, en un futuro cercano, en África. Creo que más allá de ser un mercado interesante, es un mercado con muchas falencias en temas de food wise y, como nuestra startup tiene que ver con solucionar el food wise, creo que África sería el escenario ideal para aplicar toda esta tecnología y lograr un impacto real en la sociedad y en el ambiente. Es un sueño filantrópico, pero es de mi interés llegar a hacerlo.

¿La venta es directa?
Tenemos venta directa. Estamos en todo el Perú, desde Lambayeque y Piura hasta Junín (Pichanaqui, Satipo), Cusco y Arequipa. Trabajamos tanto con exportadores de mandarina, mango, palta y jengibre como con pequeños agricultores, a quienes apoyamos por medio de una campaña social para que mejoren su competitividad. 

¿Han podido llegar a otros países?
Actualmente estamos activos en Colombia, Guatemala, Honduras y México. Hemos podido expandirnos básicamente por la comunicación boca a boca. Ha sido un tema importante en biotecnología, bastante peculiar, y eso nos ha ayudado. 

¿Al empezar este proyecto imaginaste tener tanto éxito como para vender fuera del país?
Yo siempre estuve mentalizado en hacer una startup escalable. Siempre tuve ese anhelo y enfoque. Era mi objetivo desde el inicio, y creo que poco a poco se está logrando.

¿Cuán complicado ha sido el proceso?
Como todo emprendedor, hemos tenido momentos difíciles. Por ejemplo, durante los años de investigación y desarrollo no teníamos ingresos, solo salía el dinero, lo cual es incómodo para cualquier emprendedor joven, que ve a sus amigos trabajando y en puestos importantes. Eso te hace preguntarte si estás en la ruta correcta. El éxito tiene que ver mucho con el empuje del emprendedor, de la familia, del entorno, para que uno pueda seguir remando hacia su objetivo. Además, no sabes si tu producto va a pegar, pero cuando finalmente ingresas al mercado, te das cuenta de que la experiencia es absolutamente enriquecedora.

¿Qué comentarios te hacen los exportadores sobre tu producto?
Trabajamos con los principales exportadores y productoras de frutas. Aquellos exportadores a los que les importa la sostenibilidad son los que están más emocionados con el producto, porque –más allá de mejorar su vida útil– nosotros aprovechamos residuos, y al hacerlo se consigue que la huella de carbono del sector sea mucho menor. Los europeos están conscientes de esto. Estamos hablando ya de un tema de sostenibilidad, de salvar el mundo y de rendimiento. 

¿En qué has trabajado antes de este emprendimiento?
Hice mis prácticas en Saga Falabella y antes estuve como un año en la jefatura de calidad de la Universidad de Lima. Allí aprendí temas como las normativas ISO y el plan de las cinco eses (clasificación, organización, limpieza, estandarizar y seguir mejorando). 

¿Te ha servido tu carrera para todo lo que has desarrollado?
Por supuesto. Estudié Ingeniería Industrial, y en el proyecto he visto desde la disposición de la planta hasta el cálculo de horas hombre y el costeo. He aplicado cada curso que llevé. También pedí apoyo a la profesora Ruth Vásquez en temas financieros, y siempre me apoyó. Ella me ayudó a llenar los vacíos, porque mi experiencia radica en el tema de operaciones.

¿Cómo viviste la vida universitaria?
Pasé una etapa muy buena en la Universidad de Lima. Yo estudié en el Recoleta (Colegio de los Sagrados Corazones Recoleta) y casi toda mi promoción universitaria es de mi colegio. En las clases, las caras eran conocidas, lo que hizo que el ambiente fuera bastante familiar para mí. Pude fortalecer los vínculos con mis amigos y crecer con ellos. Fue una etapa diferente y bonita.