08 de Mayo de 2023

Un emprendimiento que se gestó en plena pandemia

Se conocieron corriendo en una cancha tras un balón, en la Universidad de Lima. Estudiaban diferentes carreras, tenían distintas edades, pero los unía la pasión por el rugby. Después de muchos años, y con sus carreras profesionales hechas, los une un emprendimiento: sidra Calango.

Comenzaron el negocio en plena pandemia, desde cero, probando la receta en las cocinas de sus casas. Ahora, ya tienen su propia planta de producción, en Ate, y preparan esta bebida con manzana Delicia e Israel. Ellos son Christian Corzo, Mateo Carbone, Dennis Romero e Iván Hooper. En la siguiente entrevista, Christian, egresado de Administración y CEO de Calango, nos cuenta la historia que une a estos amigos, después de muchos y muchos partidos jugados.

¿Cómo surgió la idea del negocio?
La idea se empezó a cocinar hace unos siete años. Yo he vivido en Estados Unidos algunas temporadas y, en los últimos años, vi que el consumo de sidra había aumentado e incluso le había quitado mercado a la cerveza artesanal. En los bares, por ejemplo, algunos dispensadores de cerveza se comenzaron a destinar a la sidra. En las gasolineras, veías stands de sidra. Así que conversé con mis compañeros y decidimos hacer nuestra propia sidra.

¿Tenían idea de cómo hacerla?
No, empezamos de cero, averiguando recetas. En esa época no había equipos para hacer esta bebida, y aún no los hay. Usamos levadura de pan, pero salió muy mal. Luego utilizamos levadura de vino blanco e hicimos pruebas caseras. Nuestros amigos probaron y les gustó. Además, soy amigo de los dueños de Barbarian; ellos la probaron y nos dieron una mano.

Uno de los dueños de Barbarian es ingeniero industrial de la Ulima...
Claro, Ignacio Schwalb. Con él jugaba rugby en la Universidad. La primera gasificada fue en la planta de Barbarian. Luego hicimos dos pruebas masivas en su bar, en Miraflores. A la gente le gustó bastante. En ese entonces yo seguía la receta de Estados Unidos, donde se usa una manzana muy ácida. Acá trabajamos con las manzanas Delicia e Israel, que tienen un mayor contenido de azúcar. Empezamos a hacer pruebas en una planta de producción ubicada en Ica. Probamos con diferentes tipos de levaduras. Luego hicimos una cata y decidimos con qué receta quedarnos. Una vez que llegamos a la receta final, comenzamos a maquilar. Hacíamos un lote y lo vendíamos, después hacíamos el siguiente, y así fuimos creciendo poco a poco. Entonces dimos el siguiente paso, que fue buscar una planta más cercana. Encontramos una en Pachacamac, que hacía hidromiel y cerveza. Tenía todos los equipos, excepto los que corresponden a la molienda y prensada de la manzana. Eso nos obligó a realizar una primera inversión para comprar una prensa y diseñar y producir una moledora. Pusimos ambos equipos en Pachacamac y crecimos un poco más. Llevamos nuestro propio fermentador también. Y, a mitad del año pasado, cuando dejé de trabajar en Legado, conversé con mis socios e hicimos un aporte grande para poner nuestra propia planta en Ate.

¿Cómo trabajan las ventas?
Eso es algo que hemos desarrollado poco, porque teníamos un stock limitado, y muchas veces rompíamos stock porque la planta de Pachacamac no se daba abasto. Ahora, en Ate, hemos cuadruplicado nuestra producción y estamos trabajando con una persona que se encarga de las relaciones públicas. Además, estamos buscando partners comerciales para promocionar un poco más el producto.

¿Cuánto han vendido hasta este momento?
Al principio, vendíamos un lote cada nueve meses. Un lote consta de 600 litros, más o menos; es decir: 1500 botellas cada nueve meses. Después vendíamos esa cantidad cada seis meses, luego cada tres, hasta llegar a un lote por mes. Últimamente, debido a los problemas políticos y sociales, así como a las lluvias y los huaicos, que han sido tan lamentables por los daños causados, pasó lo que era previsible: la venta disminuyó, sobre todo en provincias. Ahora vamos a contactar más locales, sobre todo bares y restaurantes. En tiendas, estamos en La Zanahoria, Flora y Fauna, Punto Orgánico y Raíces. También hacemos venta online, a través de nuestra página web.

¿Quiénes son tus socios?
Mis socios han estudiado en la Universidad de Lima. Son Mateo Carbone, ingeniero industrial; Dennis Romero, contador; e Iván Hooper, administrador. Los conocí jugando rugby en la Universidad, en el Complejo Deportivo de Mayorazgo, donde competíamos por la Universidad. Todos ellos son mayores que yo; cuando entré a la Universidad, ellos estaban por salir.

Por otro lado, ¿cuáles son las experiencias laborales que has tenido desde que terminaste la Universidad?
Trabajé en una clínica oftalmológica que era de un amigo del rugby, con quien jugaba en la Universidad de Lima. A continuación, trabajé en una agencia digital, donde veíamos un tema inmobiliario. Yo me encargaba de la parte administrativa y subcontratábamos a una agencia de medios para que hiciera publicaciones con las empresas constructoras. Entonces les dije a mis jefes de ese entonces, que eran los dueños de la empresa, que ya que armábamos el plan de medios que luego le mandábamos a la agencia digital para que lo ejecute, nosotros podíamos crear una agencia digital y hacer ese trabajo. Y así lo hicimos, abrimos nuestra agencia, todos como socios, y yo trabajé ahí por tres años. Luego me llamaron para ser administrador de la Videna. Siempre había estado en deportes, así que me fui contento para allá. Justo en esa época entregamos el 70 % de la Videna a los Juegos Panamericanos Lima 2019. Hubo mucha interacción con los organizadores de los Panamericanos. Yo tenía la responsabilidad de manejar las federaciones que funcionaban en la Videna, de coordinar con los Panamericanos y con la compañía de construcción. Entregamos el velódromo para que lo rehicieran; la pista atlética, que también rehicieron, y la pista atlética de entrenamiento, que antes era un estacionamiento. Asimismo, al costado de la Federación de Fútbol había un terreno donde hicieron el centro acuático. Más adelante, cuando empezaron a buscar personal para administrar las sedes de los Panamericanos, me convocaron para gestionar el Coliseo Eduardo Dibós.

¿En qué consistió el trabajo que hiciste ahí?
Una parte muy importante, previa a los juegos, fue la remodelación de la sede. Comenzamos con el reforzamiento de la estructura del techo, luego construimos camerinos nuevos. Al final, toda la zona expuesta al público y a los deportistas quedó muy bien y nos felicitaron por eso.

¿Qué hiciste al terminar los Panamericanos?
Me quedé un mes más, haciendo el cierre, y después me llamaron para trabajar en Serpar, en las academias de deporte y cultura de los parques. Fui a supervisar la zona sur un verano y luego me convocaron para ser brand manager de una empresa que vende suplementos alimenticios; pero a la semana de iniciar el trabajo nos fuimos a cuarentena, debido a la pandemia. Entonces me dediqué al tema de la sidra y, tiempo después, me llamaron nuevamente de Legado (Videna), cuando llegaron las vacunas, para administrar las sedes de vacunación. Fue muy interesante y, por supuesto, hay que incluir una cuota de temor, porque no estábamos vacunados y nos íbamos a exponer a mucha gente. Hubo un poco de estrés al inicio, porque de un momento a otro nos avisaban que llegaban los camiones con vacunas y había que dejar todo listo en la noche y en la madrugada incluso, para que la gente pudiera vacunarse. Había que descargar los camiones y dejar todo armado muy temprano, porque a las 6 de la mañana abríamos el local. Armamos 12 o 13 centros de vacunación en el sur de Lima, de un día para el otro. Fue muy satisfactorio, porque pude participar en un proceso tan importante para las personas, porque las vacunas te daban tranquilidad y te permitían vislumbrar un futuro.

También participar en los Panamericanos fue un evento único, difícil de repetir...
Exactamente, tuvimos el honor de organizar los que fueron los mejores Panamericanos de la historia y el evento deportivo más grande que se haya realizado en el Perú. Ser parte de eso es muy gratificante. 

¿Estuviste en la selección nacional de rugby?
Sí, así es. Cuando entré a la Universidad de Lima, me puse a ver qué deporte podía practicar ahí, porque yo siempre había hecho deportes, y decidí hacer rugby. Recuerdo que terminé molido después del primer entrenamiento, pero con ganas de seguir. Luego entré a la selección nacional, hacia el final de una temporada, así que jugué solamente dos partidos. Pero en la siguiente temporada jugamos seven a side, que es una modalidad en que intervienen solo siete jugadores, pero las canchas son igual de grandes, así que hay mucho más espacio para correr. Ahí me fue muy bien, salí como el mejor jugador novato. Al siguiente año, me llamaron para una miniselección, para jugar un campeonato de playa. Y al año siguiente me convocaron a la selección nacional, pero no me seleccionaron por falta de peso, pues era muy flaco. Por ese motivo me inscribí en un gimnasio y, un año después, jugué en la selección y me quedé ahí varios años. Ahora sigo entrenando rugby como exalumno Ulima, en el Complejo Deportivo de Mayorazgo. Hemos tenido partidos en la categoría máster.

¿Cómo te fue en tus estudios en la Ulima?
Yo ingresé a la Universidad para estudiar Ingeniería Industrial, pero en el camino me cambié a Administración, y me gustó mucho la carrera. Recuerdo que había llevado todos los cursos obligatorios, excepto uno, que era Mercado de Valores, que tenía fama de ser muy difícil. Lo llevé al final y me fue muy bien. Por supuesto, ya tenía experiencia de trabajo para ese entonces, estaba más maduro. A mí me gustó bastante la Universidad de Lima.