15 de Junio de 2015

Una visita al ‘Campo de estacas’ de un docente de la Universidad de Lima

Carlos López Degregori, docente de Estudios Generales de la Ulima, presentó en Colombia una antología de sus poemas.

Carlos López Degregori, poeta y docente del Programa de Estudios Generales de la Universidad de Lima, presentó en Colombia su antología poética titulada Campo de estacas, publicada por la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia. Como el mismo López admite, esta presentación —en la que lo acompañaron los escritores colombianos Piedad Bonnet, Ramón Cote y Juan Felipe Robledo— representa al mismo tiempo un retorno y el cierre de un círculo, ya que él estudió Literatura en la Universidad Javeriana, donde triunfó en los Juegos Florales con los poemas que luego conformarían su primer libro: Un buen día. En esta entrevista, el escritor peruano brinda detalles acerca de una antología que repasa cuatro décadas de trayectoria poética, con once libros de poemas publicados desde 1978 y uno nuevo en camino.

¿Por qué titulas a la antología Campo de estacas?
Vale decir que también es el título de un poema incluido en esta antología y que proviene de mi libro Cielo forzado. Lo elegí porque las estacas, de alguna manera, fijan un terreno, un espacio; las estacas delimitan. Además, y eso lo explico en las palabras preliminares del libro, el título Campo de estacas hace referencia a unos restos arqueológicos que están en Nazca; casualmente los vestigios de una antigua construcción, de un centro ceremonial, y los arqueólogos no han determinado exactamente para qué servía. Las estacas son un elemento que se incrusta en la tierra, que te señala que hay algo debajo, y tal vez esa sea mi opción poética. Yo creo que el poema —lo he dicho y voy a tratar de explicarlo en algún ensayo en algún momento— siempre se acerca a un núcleo de desconocimiento; jamás vas a esclarecerlo, porque el poema no explica, el poema no desentraña, el poema no ilumina. El poema simplemente señala que hay algo allí que te excede, que te desestabiliza, y escribir un texto es asediar ese espacio secreto, ese espacio de sombra, ese espacio incluso hasta prohibido.

¿Cuándo empiezas a escribir poesía?
Comencé a escribir cuando estaba en el colegio, en ese momento en el que uno está pasando de la niñez a la pubertad, a la adolescencia. Pero empecé a escribir seriamente cuando llegué a Colombia, para estudiar Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Además, antes de viajar a Bogotá y matricularme en la Javeriana, había decidido darle un giro radical a mi vida. Me había presentado a la universidad para estudiar medicina, esa era mi idea, y ya en la universidad me di cuenta de que mi camino no estaba en las ciencias, en la medicina, sino en la literatura. Incluso durante algún tiempo estuve pensando en matricularme en Ciencias Sociales, y lo hice, para estudiar Arqueología; aunque en realidad mi destino era literario, y cuando fui a Colombia ya lo asumí plenamente.

Se habla de ti como de un poeta insular, ¿te propusiste serlo desde el comienzo?
No, de ninguna manera, pero tal vez esa insularidad tenga también su explicación en aquel momento. Cuando yo llegué a Colombia, en el año 73, no conocía a nadie. Me fui de aquí de Lima sin vínculos con el universo literario, no conocía tampoco a personas relacionadas con el mundo de la literatura. Entonces viví a solas ciertos años que son decisivos en la formación de una persona. Mis interlocutores, al margen de los profesores y con quienes estudiaba en ese momento, eran fundamentalmente los libros.

Has creado un mundo muy particular a lo largo de tus libros, ¿cuándo te das cuenta de que lo estabas confeccionando?
Sin duda uno no lo tiene claro. Yo no tengo claro, cuando empiezo a escribir un poema, hacia dónde voy a llegar con él; escribo casi a ciegas. Eres consciente de la forma, de la técnica, de la retórica, pero no sé hacia dónde va el poema, de eso estoy absolutamente convencido. Antes no creía que era así, pero ahora, con el tiempo y la práctica poética, sí estoy seguro de eso. Pero yo siento que descubrí un lenguaje, una manera de procesar el poema y de acercarme en alguna medida a lo que quería, en mi segundo libro, Las conversiones, publicado por la Universidad de Lima en el año 1983. Es en esos poemas donde descubro un mundo que es el que ha persistido en todos mis libros posteriores, porque yo creo que hay una unidad en toda mi producción. Incluso cada nuevo libro se nutre del anterior, es un paso más en un proceso. En mi caso, esa sensación de que ya estás en un territorio que es tuyo llegó con aquel segundo poemario.

¿Por qué decidiste que esta antología incluyera 33 poemas?
Me gusta siempre que los libros contengan un número impar de poemas. Elegí 33 porque el arco cronológico que cubre esta antología va desde mi libro Una casa en la sombra, y en ese momento tenía 33 años. Entonces incluso el poema que da título al libro, “Campo de estacas”, lo escribí también en aquel momento. Además los 33 poemas se acercaban al formato de la colección, ya que no son libros muy voluminosos.

¿Cuál fue el criterio que seguiste para escoger los textos que forman parte de esta antología?
No quiero decir que son los mejores poemas, pero sí que son representativos. He procurado que provengan de todos los libros desde Una casa en la sombra. He intentado también que sean poemas que muestren una diversidad en el formato de los textos: hay algunos más breves, lacónicos casi; hay otros que son prácticamente narrativos; y también están los que son secuencias. He buscado que se abarque un amplio espectro, un abanico que muestre varias posibilidades estilísticas. Pero quien los lea se va a percatar de que hay una unidad. Incluso puedes ver poemas de los años ochenta y no los vas a sentir muy alejados de la sensibilidad de los poemas actuales.

¿Cómo te sentiste el día de la presentación?
Sentí, como lo he mencionado ya en alguna entrevista, que no se trata simplemente de haber publicado una antología, sino que para mí es una especie de retorno, un regreso al punto de partida. Es cerrar un círculo. Y ahora seguiré para adelante escribiendo más cosas.

¿Ya estás preparando un nuevo libro?
Mi último libro sin contar reediciones, Una mesa en la espesura del bosque, es del año 2010, y ahora tengo un libro casi listo; es decir, los poemas ya prácticamente están, probablemente falten algunos ajustes o algunas pequeñas selecciones, ver con cuál me quedo o de cuál prescindo. Probablemente el próximo año ya me anime a publicarlo.

¿Qué se ha sumado a tu universo poético tan particular en este poemario que se avecina?
Creo que esta vez hay un componente narrativo y del poema en prosa más evidente, hacia ahí está discurriendo mi poesía. Además, siento que mis poemas son cada vez menos artificiosos, más lacónicos. Me parece que mientras menos extravagancias, barroquismos, retorcimientos lingüísticos tenga el texto, por lo menos en mi caso —pues yo no generalizo, porque en la poesía y en la literatura no hay que generalizar, lo que importa es el camino singular y particular—, eso me permite explorar más lo que necesito. A estas alturas uno ya no tiene tiempo para seguir experimentando, dispersándose.