12 de Octubre de 2018

Carlos Tolentino dirige ‘Zombi’ en nuestro Centro Cultural

Con una amplia trayectoria de montajes realizados, el director Carlos Tolentino asume el reto de poner en escena Zombi, la obra ganadora del Primer Concurso Nacional de Dramaturgia Teatro Lab, escrita por Daniel Dillon. En esta entrevista, Carlos Tolentino detalla los aspectos más desafiantes de montar la que es, además, la primera obra teatral enteramente producida por el Centro Cultural de la Universidad de Lima, la cual se estrena este 18 de octubre.

¿Cómo te aproximas a la dirección de Zombi?
Bueno, hay un contexto claro: yo recibo la invitación de Alejandra Jáuregui, directora del Centro Cultural, para dirigir este proyecto, que desde el primer momento me llamó muchísimo la atención por involucrar una plataforma transmediática aparte de la tarea de dirección.

¿Qué te interesó de esa plataforma?
Que integre varios canales de comunicación, como el lanzamiento del libro, la creación de un cortometraje, el estreno de un canal web, etcétera. Desde luego, lo transmediático envuelve a distintos medios, pero permite un feedback diferente al tradicional. Gracias a esto, el público y la obra se siguen interrelacionando. Es un asunto novedoso que desconocía que existiese en Lima.

¿Qué sitio ocupa Zombi en la dramaturgia actual?
Creo que la dramaturgia peruana contemporánea necesita cambiar de paradigmas, en especial la limeña. Lo mismo dije hace unos años a una periodista: los dramaturgos deberían renovar sus lenguajes, sus formas de contar historias, pues más allá de la escritura, que comprende la estructura dramática del libreto, existe una dramaturgia del cuerpo y de las imágenes que exige explotarse. Es una fusión de lecturas que se funde en una narrativa teatral. De modo que en Lima estamos acostumbrados a un esquema inteligente, pero a la vez muy elemental. Y gracias a este tipo de concursos, como el Teatro Lab, se puede llegar a una visión más amplia de lo que debe y puede ser el teatro. Se generan nuevas posibilidades.

¿De qué manera has abordado el libreto?
Vengo de dirigir una adaptación del cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar, en la que he propuesto empezar por el final del relato para plantear una nueva interpretación del texto. Me interesa revisitar al autor, pero al mismo tiempo crear mis propias interpretaciones. Me apasiona todo lo relacionado con la lingüística y la semiótica teatral. Por eso, al tomar la obra de Dillon, he llevado a cabo todo un proceso de reconversión del texto, más allá de las distintas versiones previas. Yo interpreto las obras. No niego al autor, hago que su libreto pase por mi mirada.

Como elaborar una traducción...
Exactamente. Octavio Paz decía que toda traducción es una traición necesaria. Y lo suscribo: una cosa es lo literario y otra lo que se ve en escena. Ahora, cuando hablamos de lo zombi como tema, uno puede imaginarse a The Walking Dead o todo lo referido con ese subgénero. Pero hay un dato fundamental que quisiera profundizar: la ciencia ficción o el terror suelen resurgir en momentos de oscuridad. No es casual que durante la Guerra Fría surgieran ideas fantásticas sobre los ritos vudús practicados en Haití, o que el videoclip de “Zombie”, canción de la banda The Cranberries, fuera vetado por la BBC. Los muertos vivientes están asociados a una descomposición social. Y en la obra de Dillon, los hechos suceden en un Perú descompuesto del año 2041.

Es una obra distópica. ¿Cuán relevante es ese ingrediente en el desarrollo de la trama?
Lo distópico siempre guarda un contacto con lo contemporáneo. Así sucede desde 1984 de Orwell hasta en películas como Niños del hombre, Blade Runner, o incluso en una serie exitosa como Black Mirror. En todas ellas hay un futuro que resulta muy actual debido al horror humano que buscan representar. Algo siniestro que sucede de una manera menos evidente, muy sutilmente acaso, en nuestra sociedad. En la Lima distópica que propone Dillon se han acrecentado las diferencias sociales: hay una zona roja, paupérrima, donde la gente se mata y se comen unos a otros, y una zona azul, en la que opera el poder. La obra habla de estos dos mundos y ambos conviven. Esta convivencia se evidencia a través de sus personajes: un empresario de mucho éxito, en plena decadencia física, que además tiene un hijo al que se la acusa de zombi, pues se le ha visto devorar los sesos de los cadáveres y de la gente que encuentra.

¿Qué conexiones hay entre la propuesta distópica de Zombi con nuestra realidad?
Por ejemplo, el rol de la figura paterna. Hay películas que han retratado al padre ausente que llega en un momento apocalíptico o posapocalíptico para reivindicar o unir a la familia. Zombi no es ajena a ese tema, pues hay un padre que quiere que su hijo sea y piense igual que él. Pero el chico, que es un antihéroe, sabe lo limitado que resulta ese escenario. De allí que haya lugar para la esperanza; pensar en un futuro visto de otra manera. Otro punto en común es el descreimiento en la familia. El monstruo ya no está afuera, sino adentro de nuestro hogar. La amenaza no son los zombis, sino el que está vivo y organiza de manera cínica su vida y sus valores.

¿Qué encuentras tan llamativo en la obra?
Cuando leí y releí el libreto, me apasionó la manera casi ecléctica con que escribe Dillon. Despierta curiosidad y extrañamiento. Y a mí me gustan dos cosas en el teatro: las obras complejas que me confunden —no sé cómo narrarlas ni por dónde empezar— y la figura femenina en situaciones difíciles. Además, Zombi no defrauda a los seguidores del subgénero. Ese terror grotesco está presente, pues no busco falsear el género de zombis. Sería como realizar un western sin pistolas.

Al ser una Lima futurista, la escenografía tiene un peso esencial.
Sin duda. A mí se me ocurrió contar la historia con el principio de que el monstruo está en la casa, mientras el padre busca a su hijo, ve noticias y se entera de todo lo que este hace. Pero lo más tremendo es que todo sucede en el sótano. Las acciones se viven simultáneamente. En la parte baja todo está lleno de arena, de cosas raras, y arriba habita esta pulcritud blanca con el lujo más absoluto. Como en la película Psicosis, en la que existen dos planos de discusión: el hijo asesino en la zona superior que discute con la madre muerta alojada en la parte inferior. Si me tocara definir Zombi, diría que es también un thriller psicológico.

¿Qué podrías destacar del trabajo conjunto con el Centro Cultural Ulima?
En primer lugar, su apertura para abrir nuevos espacios a una dramaturgia que desconfía de sí misma. Hay varios lugares donde se organizan festivales y concursos, pero el Centro Cultural de la Universidad de Lima apuesta por obras con una visión mucho más arriesgada y una estética distinta. Otra cosa que quiero destacar es su capacidad para construir nuevos públicos en una zona que no se considera teatral y, con ello, generar nuevos puntos de reflexión. Además, aquí he encontrado un campo abierto para trabajar con quien desee. Para el papel de Arón, el joven zombi, hicimos una audición de 100 chicos, y entre todos ellos se eligió a Joel Soria.

Es un escenario que favorece tu trabajo.
Y que es poco creíble en otros contextos. En el caso de Stephany Orúe, hacía años que queríamos trabajar juntos. Ella es una actriz con una madurez a punto de descubrirse y en esta obra asume un papel muy complejo. Lo mismo sucede con Renato Medina y José Miguel Arbulú. Es fantástico encontrar que un Centro Cultural no escoja fórmulas, sino ideas que sirvan para reflexionar. Que, además, compromete a los jóvenes de su universidad. Eso no lo vi nunca.