15 de Mayo de 2019

“Lo mejor del teatro familiar es que genera diálogo intergeneracional”

Una ciudad que ha perdido su alegría y su color podría ser la analogía perfecta de un país como el nuestro que se ha visto, en sus años más recientes, nublado por el accionar de sus autoridades. En la obra Sanseacabó y el último refugio la opacidad de esta ciudad se debe al accionar de un villano cuyo nombre nos remite a un accionar dictatorial: Sanseacabó. Conversamos con Miguel Álvarez Aguirre, dramaturgo fundador de La Tarumba, creador y director de esta obra familiar que se presentará en nuestro Centro Cultural del 18 de mayo al 21 de julio.

Te iniciaste en La Tarumba…
Sí, fundé La Tarumba junto con Fernando [Zevallos] cuando salimos del colegio. Éramos unos chiquillos que hacíamos teatro con un grupo que se llamaba Cocolido. A lo que hacíamos le sumamos cosas como el circo o la música, y nos metimos de lleno fundando La Tarumba. Estuve hasta 1990 y me fui a estudiar fuera. Volví en 1996. Lo que andaba buscando estaba más por la actuación, me gusta mucho el trabajo en escena, el proceso del actor, esos discursos que se pueden hacer en el teatro con respecto a la formación ciudadana que pueden trasladarse al público. Me parece maravilloso el circo, pero el teatro es mi interés.

¿En qué contexto se desarrolla la obra?
En una ciudad, que puede ser cualquier ciudad, que ha sido tomada por Sanseacabó. Está atrapada por el ruido, el caos, el esmog y la apatía. Sin embargo, hay una pandilla que sabe del problema y ha encontrado algo para solucionarlo. Entonces empieza a buscar a este personaje. Hace intervenciones en la calle, pintándola, dándole color. Por su parte, Sanseacabó tiene dos secuaces, la bruja Cachivache y el gato Grakus, que pretenden detener a esta pandilla para eliminar a todos y hacer la ciudad como a su jefe le gusta: lúgubre, triste, sucia. En esta lucha se desarrolla la historia con mucho humor, música, canciones.

Es la segunda oportunidad que se presentan en una universidad. ¿Llevar una obra familiar a una institución de educación superior es circunstancial o existe una motivación especial para hacerlo?
En parte, son ambas cosas. Podíamos haber elegido, de repente, un teatro convencional y arriesgar por ahí, pero también hay contactos, gente con la que se piensa el movimiento del teatro en general. Aquí hay un Centro Cultural con una misión y una visión, que estaba buscando. Ellos vieron la obra el año pasado y dijeron: “Si les funcionó ahí, ¿por qué no probar acá?”. Cuando vimos el público que iba, que no solo eran niños y familias, sino que también iban muchos jóvenes, pensamos en acercar este tipo de códigos a los universitarios. Hemos tenido de todo, han llegados adultos solos que de alguna manera conocen mi trabajo desde hace 40 años.

Antes se pensaba que estos mensajes a los que aludes estaban orientados a los niños, sin embargo, ahora los tiempos han cambiado. ¿El compromiso con el tema ecológico que hay actualmente ha ayudado a tener un público más amplio?
Sí, sobre todo el joven, porque es el que inmediatamente necesita otra ciudad. La obra habla de una ciudad, una ciudad más sana, y no sana solo desde lo ambiental sino desde la autoridad humana. No hemos metido temas como la delincuencia porque es muy complicado en estos espacios, pero no imposible. Hay un malo en la obra, pero no solo es señalar al malo como tal, sino qué hay atrás, ¿por qué surgió un tipo como este?, ¿qué hemos hecho como sociedad para llegar a esto? Porque no hay nadie totalmente inocente ni totalmente culpable. Todos somos responsables de la ciudad.

¿De dónde nace el nombre de Sanseacabó?
Sanseacabó significa: se acaba la discusión, yo gano. Se usaba de padre a hijo, o de tirano a oprimido. De ahí viene el término. Alude de alguna manera a las actitudes de nuestros gobernantes durante este tiempo. Desde hace mucho cada gobernante de este país ha sido así: “Yo lo decido y punto, no me importa lo que diga el resto”. Ha habido dictadores civiles y dictadores militares y siempre ha sido la misma cosa. La peor de todas es la dictadura confabulada.

¿Qué esperas que el público se lleve tras ver la obra?
Lo primero es que piensen: “Qué bonito es venir al teatro: la paso bien, me mueven sentimientos, me dice cosas que puedo conversar con mi hijo o con mi padre”. Porque te llevas cosas para conversar con esta obra. Te hace reír un montón. La vas a pasar bien sin caer en “la gran lección” en la que se suele caer. Si la pasas divertido, te quedan cosas que vas a conversar. Lo mejor del teatro es que genera diálogo intergeneracional. El teatro familiar debe crearlo, si no, no tiene sentido. No tengo nada en contra del teatro que solo entretiene: es un público, hay gente a la que no le interesa lo que sucede y que tiene todo el derecho; es parte de la democracia, y qué bien que la pasen bien, pero no es el teatro que hago yo. A mí me gusta siempre darte alguito para que vayas masticando.

Qué importante es un diálogo intergeneracional en la época de los celulares…
Sí, claro. No voy en contra de la tecnología, porque tiene una función, también. Achicar la distancia es una función clave, es maravilloso. Puedes difundir cosas que no dependen solamente de determinada prensa. El problema no es el aparato, es la actitud, el uso que le damos. Un martillo sirve para construir o desarmar, pero no debe servir para agredir a nadie. El problema no es el martillo sino a quién se lo das. Me da pena ir a los parques y ver a niños en un rincón con un aparato electrónico cuando el resto, felizmente la mayoría, está corriendo, jugando.

Es la primera vez que diriges en la Universidad de Lima. ¿Cómo encontraste la sala?
Estoy contentísimo. Lo primero, y hay que destacarlo, es la calidad humana con la que me han recibido. Hay una voluntad de trabajo que de verdad admiro. El manejo de medios es distinto, hay que valorarlo un montón. La sala está muy buena.