01 de Octubre de 2013

Nuevos enfoques sobre el acoso escolar

La Carrera de Psicología de la Universidad de Lima organizó el Seminario Internacional sobre la Convivencia Escolar “Nuevas Líneas de Intervención y Prevención del Bullying”. El Seminario reunió a investigadores del fenómeno del acoso escolar peruanos y extranjeros, y convocó a psicólogos, docentes y un amplio público.

Los especialistas coincidieron en definir el acoso escolar (o bullying) como el maltrato sistemático —nunca eventual— de un alumno “fuerte” (o más) a otro percibido como “débil” por ser diferente (por el uso de anteojos, por sobresalir en clase, por hablar de un modo distinto, etcétera), en un marco de desequilibrio de poder y en presencia de compañeros que quedan como espectadores pasivos de la violencia, ya sea por miedo a convertirse ellos también en víctimas, por simpatía hacia el acosador o por indiferencia. Se enfatizó la importancia de los espectadores, pues constituyen la “audiencia” del acosador, el grupo ante el cual él quiere ostentar su poder y predominio. Grupo que, de permanecer en silencio, acepta tácitamente el liderazgo del acosador.

Al acoso tradicional se suma el cyberbullying, es decir, el maltrato sistemático a través de las redes sociales y las diversas tecnologías de la información. Se subrayaron sus características especiales, como el anonimato de los agresores y la inmediatez de la agresión, pues es muy fácil obtener información diversa por vía electrónica, modificarla y difundirla a escala “viral”, lo que multiplica el alcance del daño.

La estructura del bullying de tres grupos protagonistas (acosador, víctima, observadores) constituye un círculo vicioso que trae consecuencias negativas para todos: la inteligencia del acosador se vuelve perversa al hallar deleite en el sufrimiento de su víctima, la que a su vez sufre deterioro de autoestima y posiblemente depresión, pudiendo llegar también a la comisión de suicidio. Los niños y adolescentes víctimas, al llegar a la adultez, pueden también convertirse en acosadores o desarrollar comportamientos violentos para evitar ser víctimas de nuevo. Por otro lado, los observadores experimentan miedo o indiferencia, y ven mermada su capacidad de desarrollar empatía y ser solidarios con los demás, se señaló.

Resolver este problema implica intervenir en la práctica escolar y hasta en el contexto familiar, por ejemplo, donde puede entenderse mejor el comportamiento de los niños y adolescentes en función de los problemas específicos de cada familia. Los investigadores hicieron hincapié en que es preciso entrevistar a los padres no sólo de acosador y víctima, sino de los espectadores: estos deben aprender que reportar el acoso no los convierte en acusadores, sino en protectores de su compañero agredido. Desarrollar la confianza, la sensibilidad y la empatía de los protagonistas del acoso es central para convertirlos en agentes activos de su entorno, primero en el colegio y luego en la sociedad cuando sean adultos. Este desarrollo se logra con iniciativas como el Programa de Inteligencia Emocional para la Convivencia Escolar (PIECE), enfocado en que los alumnos conozcan sus propias emociones (miedo, enfado, etcétera) y aprendan a gestionarlas adecuadamente mediante una serie de actividades y de debates en clase.