13 de Julio de 2018

El mito de la belleza

En sus más de 20 años de carrera, nuestro egresado Yayo López ha visto a través de su lente paisajes y rostros de tal belleza que solo sus fotografías pueden describir sin pecar de omisión. Este mes, la comunidad Ulima tiene el privilegio de poder observar una de sus muestras, que además tiene una dedicatoria muy especial. Belleza peruana, una serie de 40 fotografías de mujeres peruanas, se presenta en el Centro Cultural de la Universidad de Lima hasta el 26 de julio.

¿Cuándo fueron exhibidas estas fotografías por primera vez?
En agosto de 2016, en la Galería Del Barrio, una galería pequeña en Chorrillos. Coincidió con el colectivo Ni Una Menos, que se estaba gestando en ese momento. Entonces hubo un impacto mediático de la muestra. Fui invitado luego a la Universidad del Pacífico, al Museo del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP), a la Biblioteca Nacional y al Museo de Huamanga, Ayacucho. Actualmente hay una versión de la muestra allá.

Básicamente has recorrido todo el Perú buscando a tus musas. ¿Hubo un proceso de selección para llegar a ellas?
Ha sido un trabajo de muchos años. Antes de que se iniciara el proyecto, lo que hacía era buscar siempre a alguien que retratar en viajes de trabajo, comisiones de prensa, trabajos publicitarios o lo que fuere, que me llevara a un sitio distinto de mi ciudad. Pero el vínculo era básicamente por impulso. Veía a alguien con quien interactuaba o que caminaba por la calle, y me decía: “A esta persona tengo que fotografiarla”. Esas fotografías han ido aumentando, hasta que se formó una colección, de la cual decidí hacer un proyecto, que es esta exposición.

¿Tuviste inconvenientes?
Al inicio me di cuenta de que no tenía el derecho de imagen de algunas fotos. Así es que seguí fotografiando, pero con un método de solicitud de permiso, lo cual me obligaba a hacer una entrevista y conocer más a la persona. Eso fue a partir de 2015; por eso, casi el 90 por ciento de la muestra es de esa fecha hasta ahora, y con esa gente tengo mucho más contacto que con las de la colección pasada, que empezó mucho tiempo atrás, pero cuyos retratos fueron muy esporádicos.

Y con el otro diez por ciento, ¿regresaste tus pasos para solicitar el permiso?
Sí, en algunos casos sí. Por ejemplo, fui invitado para un proyecto de turismo vivencial en 2004 a la comunidad de Vicos. Ahí fotografié a una niña, pero no apunté su nombre. Años después ubiqué al alcalde de esa comunidad y me dijeron que la niña se llamaba Berta y ya tenía 24 años. Me contaron su historia, la ubiqué y le prometí que el dinero de la foto que se vendiera primero se lo enviaría a ella.

¿Hay mucha producción detrás de las fotos o por el mismo hecho de tomarlas en comisiones tenían que ser muy casuales?
La consigna en el trabajo es solucionar el tema técnico y dejarlo atrás. Se trata de un lente fijo, un diafragma, una velocidad, y adaptaba la sensibilidad de la cámara a la situación de luz. Lo que buscaba era una luz natural: una puerta, una ventana, una fuente de luz y un fondo desenfocado. Una vez solucionado eso, me concentraba en crear el vínculo a la hora de retratar. Trataba de conversar y de entablar una conexión para llegar a un momento en el que pudiera lograr que esa persona salga a través de la mirada tal como es.

En muchas fotos también se aprecia una historia detrás, como en la foto de la policía con la lluvia. Es como leer un cuento en una foto…
Claro, lo que pasa es que cuenta algo del entorno también. En el caso de la policía, por ejemplo, fue en Iquitos y estaba lloviendo. La veo, doy cinco pasos, retrocedo y le pido permiso para fotografiarla. Accedió amablemente. La fotografié en ese momento, le pedí los datos y luego volví a fotografiarla. Me dio su Facebook, y cuando entré en su página, la vi en unas fotos muy sensuales con su novio, también policía. Me di cuenta de que en el ritual de la conexión fotográfica, el uniforme marca una pauta fuerte que suma a la historia.

Estas fotos son como tus hijos… ¿Tienes algún favorito?
Serán como mis hijas en realidad [risas], aunque no tengo una favorita. Sin embargo, hay una foto en blanco y negro que es la iniciática. Cuando recién empecé a hacer fotos estaba trabajando en El Comercio, había entrado como practicante. Había hecho retratos pero nunca había reflexionado sobre el acto de retratar, y me topo con una mujer en una procesión de la Virgen del Carmen en el Centro de Lima, una mujer morena que venía por la calle con una mirada contrariada y un paso apresurado. Cuando vio a la procesión y a la Virgen se detuvo, y la siguió por una cuadra. Justamente, yo estaba con un lente para retratos y comencé a fotografiarla de perfil. Pero ella giró en la otra cuadra y desapareció. Sabía que había atrapado algo en la foto, pero seguí con mi comisión. Fui a revelar la foto y me di cuenta de que había capturado el instante en que ella estaba pidiendo un milagro. En la fotografía hay dos imaginarios que se cruzan: lo que sucedió en el momento que fotografié y lo que sucede en la foto en el momento en que la ves. Me dije que no podía ser que no la hubiera contactado, saber quién era, por qué pedía el milagro, de dónde venía, qué le había pasado… Me quedé pegado toda la vida a tratar de emular esa foto. Todas las demás fotos son hijas de esa.

La muestra tendrá más actividad este año…
Sí. Se va a Washington en septiembre y a Santiago en octubre, a la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa), de la que Perú es país invitado. Irá una gran comitiva de escritores y han elegido una muestra de cada rubro de las artes.

¿Qué sientes al volver a tu Universidad para exponer tu trabajo?
Ha sido una maravilla, porque me he reencontrado con un montón de gente de cuando estudié Comunicación en la Universidad de Lima a finales de los ochenta y principios de los noventa. Hay una relación de pedagogía socrática entre alumnos y profesores. Me acercaba a mis maestros después de clases para seguir preguntando sobre lo que se había hablado en el aula. Nos sentábamos en el pasto a conversar y entablamos amistad. Justamente, para esta exposición, regresé a la Universidad para hacer mi tesis de licenciatura. Busqué la asesoría de Julio Hevia. Él iba a asesorar mi tesis. Tuvimos lindas reuniones en su casa. En media hora me contó toda su historia después de 20 años sin vernos, y en media hora le conté la mía. Conversamos como si no hubiese pasado el tiempo. Retomamos la amistad otra vez. Por eso la dedicatoria de la muestra es para él.