28 de Junio de 2019

El dilema de no traicionarse en la obra ‘La promesa’

Varios temas se repiten en los montajes dirigidos por Roberto Ángeles, uno de los referentes más respetados del teatro peruano: la juventud como una etapa crucial, el paso del tiempo o la añoranza de lo irrecuperable. Tales motivos están en La promesa, puesta en escena que se presenta en el Centro Cultural de la Universidad de Lima hasta el 14 de julio.

En esta historia escrita por el dramaturgo ruso Alekséi Arbuzov, tres jóvenes huérfanos sobreviven en medio del cerco que los nazis han impuesto en Leningrado (hoy San Petersburgo, Rusia). Las acciones transcurren en un invierno despiadado. Los protagonistas subsisten, viven un triángulo amoroso, se prometen luchar por sus sueños y esperan que la guerra termine. Años después, los personajes se reencontrarán y estallarán los conflictos entre ellos.

Conversamos con Roberto Ángeles, director de La promesa, obra que cuenta con las actuaciones de Daniela Camaiora, Ítalo Maldonado y Diego Salinas.

La promesa se ambienta en la Segunda Guerra Mundial, ¿de qué manera dialoga con el Perú actual?
Nosotros también hemos vivido un periodo de violencia muy duro, aunque distinto; pero creo que ahora estamos en una época de florecimiento económico y cultural. Me parece que el mensaje de esta obra puede extenderse a los jóvenes de hoy, para que sean más considerados con la suerte que les ha tocado en comparación con las generaciones que crecieron en medio de crisis económicas, cuando en Lima no había ni para comer.

Se podría pensar que los millennials o los jóvenes de hoy tienden a frustrarse rápidamente porque lo tienen todo más fácil.
No tengo esa idea. Mira, soy profesor desde hace cuarenta años. Veo a las nuevas generaciones muy optimistas y entusiastas por realizar los proyectos personales que se relacionan con sus carreras. Hay adversidades, por supuesto, pero eso no es nuevo. Creo que esta generación viene mejor preparada en varios aspectos: interés por realizar sus proyectos profesionales, ganar dinero, viajar al extranjero a estudiar, conocer y regresar. Están más abiertos a las posibilidades culturales del país y también a los aspectos afectivos. Se complican menos. Los veo más resueltos y seguros en sus líos amorosos. Si fracasan, se recuperarán y seguirán. No hay esta cosa decadente y pesada que había antes.

¿Encuentras resonancias entre ¿Quieres estar conmigo?, un clásico del teatro peruano escrito por Augusto Cabada y por ti, y La promesa? Ahí están el paso del tiempo, la confusión, la angustia existencial, las relaciones afectivas o la lucha por los ideales.
Sí. Es que es un tema recurrente en la literatura, el teatro o el cine, con esa dramaturgia elíptica que presenta al espectador un universo de belleza, una sana irresponsabilidad y el descubrimiento de la vida en todos sus aspectos, luego vienen el transcurso del tiempo y la nostalgia de haber perdido esa alegría de la juventud. Es una coincidencia, porque encontré La promesa mucho después de haber escrito ¿Quieres estar conmigo?

Es una bonita coincidencia.
Acabo de terminar la temporada de otra obra escrita por mí que se llama Juergues, en la que también hay un poco de eso: los jóvenes, ya treintones, mantienen la tradición y la amistad que empezaron en el colegio. Lo que los mantiene unidos es esa convivencia inicial en la etapa adolescente, que parece ser tan sólida, o incluso más, que relaciones importantes como la de padre e hijo o la de una pareja. Y eso, de paso, los revela como unos idiotas. Para mí, juventud e idiotez son prácticamente la misma cosa; son maravillosamente bellas. La gente cree que ser idiota es feo, pero no es así. Me parece que no hay nada más bello que un joven idiota.

Es una etapa que determina el discurrir de muchos destinos, como ocurre en La promesa. En cuanto al proceso interpretativo de este montaje, ¿cómo ha sido el trabajo con Daniela Camaiora, Ítalo Maldonado y Diego Salinas?
Entre los profesores de teatro mayores, digamos que soy el más radical en el método que les propongo a los alumnos para formarse como actores: prácticamente, no hago nada. Yo les alcanzo los conceptos que hay que considerar en la construcción de un personaje, y ellos tienen que aplicarlos en el escenario. Luego son evaluados y criticados constantemente por sus compañeros y por mí; pero no les indico cómo tienen que hacer las cosas. Ellos deben descubrirlas. Finalmente, algunos las descubren y crean un método de construcción de personaje, especialmente en el realismo psicológico, que es fundamental. Luego siguen, se van con otro profesor y aplican o mejoran lo que han formulado.

Con La promesa has procedido igual.
Exactamente. Por lo general, en las obras que dirijo hago eso. Analizamos, nos ponemos de acuerdo —como si firmáramos un contrato—, los actores hacen lo suyo, me presentan las escenas cada dos o tres días, y yo y el resto del reparto les alcanzamos los comentarios. Los guío, estoy preocupado por el drama total o por asegurar que haya un bonito espectáculo, pero el personaje lo debe crear el actor.