07 de Junio de 2019

Ese lazo íntimo y sagrado entre madre e hija

Bernadette Brouyaux y Soledad Ortiz de Zevallos son madre e hija. Y las une, además, un vínculo artístico: la necesidad expresiva sobre el escenario. Ellas son las protagonistas de El día en que cargué a mi madre, obra teatral que se presenta en el Centro Cultural de la Universidad de Lima hasta este domingo 9 de junio.

Temas como los recuerdos y la identidad (Bernadette nació en Bruselas; Soledad, en Lima) están presentes en esta propuesta dirigida por Paloma Carpio. Esas inquietudes son canalizadas mediante una serie de recursos: las interpretaciones de las artistas, proyecciones visuales, técnicas circenses o cantos. Conversamos con las actrices.

¿Cómo definirían la obra? ¿Es una autoficción? ¿Es la exploración de ese lazo sagrado, misterioso o visceral entre madre e hija?

Soledad Ortiz de Zevallos: No hemos dicho que sea una autoficción, aunque sí hemos mencionado que es un proyecto escénico testimonial. No nos hemos quedado necesariamente en nuestra historia personal, sino que nos hemos abierto a todos los relatos posibles entre madre e hija. Pero es verdad que la obra tiene mucho de nosotras. Uno de los temas principales es ese lazo que tuvimos, tenemos y que tendremos.

Bernadette Brouyaux: Somos madre e hija en la vida real. Hemos decidido hacer algo desde nuestros recuerdos e historias. Esto fue justo después del fallecimiento de mi madre, o de la abuela de Soledad. A partir de ahí empezamos a crear. La obra habla de temas que tocan a todo el mundo.

¿Qué aspectos de la puesta en escena han sido reveladores?

Bernadette Brouyaux: Para mí, fue la reafirmación de que uno tiene más vida de lo que cree. Es decir, incluso en los momentos bajos, uno puede resurgir, ser resiliente. En cuanto a los lazos familiares, a pesar de las tensiones y las peleas, siempre hay algo que queda. Las raíces son importantes.

Soledad Ortiz de Zevallos: A diferencia de mi madre, quien empezó tarde en el teatro, yo me inicié a los seis o siete años en el circo, en La Tarumba. He tenido varios proyectos escénicos antes de esta obra. De pronto, surgió el reto de hacer algo junto a mi mamá. Tenemos ritmos distintos y, al mismo tiempo, somos parecidas. En El día en que cargué a mi madre hay un cuidado especial de una hacia la otra. Antes del inicio de la obra, yo cojo la mano de mi mamá y enrumbamos juntas hacia lo que vamos a hacer. Es como cogerse de la mano desde el principio hasta el final de la función. Es muy distinto a trabajar con los compañeros de la profesión. Aquí somos madre e hija. Hay algo más. Es una experiencia enriquecedora.

¿Qué se siente estar ante el público? ¿Es lanzarse a la piscina? ¿Es enfrentarse a un monstruo?

Bernadette Brouyaux: No es enfrentarse a un monstruo, pero sí da adrenalina. Se parece a las emociones de la infancia: cuando tienes miedo de hacer algo, porque eres chiquita, pero a la vez eso te excita. Es una mezcla de sensaciones. Ya no me da tanto miedo, aunque siempre, antes de entrar en escena, sientes algo en el estómago. Como que se te hace un nudo.

Soledad, ¿sientes lo mismo? ¿O estás más cuajada?

Soledad Ortiz de Zevallos: He actuado en muchos espectáculos en los que solo realizaba mis técnicas circenses, pero en esta obra hay un riesgo escénico más importante. Cuando empieza la puesta en escena, la seguridad entra en ti, pero antes de la función, siento lo mismo que mi mamá, más aún si se toma en cuenta que este es un proyecto íntimo.

¿Cómo ha sido la dinámica de trabajo con Paloma Carpio, la directora?

Soledad Ortiz de Zevallos: Cuando empezamos a hacer algo juntas, nos tomamos nuestro tiempo, no queríamos apurarnos. En un principio no llamamos a nadie. Cuando el proyecto comenzó a tomar forma, el nombre de Paloma surgió como una bonita casualidad. La conozco desde niña, ella también estuvo en La Tarumba. Y Paloma conoce a mi mamá.

Bernadette Brouyaux: Resulta que vivíamos en el mismo barrio. Ella sabía que yo era la mamá de Soledad y me quiso entrevistar para su tesis. A partir de ahí la amistad empezó.

Soledad Ortiz de Zevallos: También queríamos una mirada femenina.

Bernadette Brouyaux: Hemos visto las obras dirigidas por Paloma y conocíamos su trabajo, que es muy sensible y humano. Paloma entendió rápidamente el estilo y el tono que queríamos. Fue fácil trabajar con ella. Y cuando había un poco de roce entre Soledad y yo, Paloma decía: “Ya chicas, tranquilas”. Ella era la paz.